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Una cálida bienvenida
Al amanecer, la cola para entrar en la Basílica de Santa María la Mayor ya es visiblemente más larga. El cardenal Rolandas Makrickas, rector de la basílica, abre las puertas a las 7 de la mañana, recibido por una atmósfera de asombro y alegría. La Basílica, elegida como lugar de descanso final del Papa Francisco, se transforma en un lugar de peregrinación para miles de fieles.
La presencia de tantas personas, venidas de todos los rincones del mundo, testimonia el afecto y la devoción hacia el Pontífice, que ha dejado una huella indeleble en la historia de la Iglesia.
Una afluencia sin precedentes
A las 14 horas, 30.000 personas ya habían cruzado el umbral de la basílica y las estimaciones indican que ese número podría duplicarse al final del día. Familias, religiosos, jóvenes y scouts se unen en una gran comunidad, deseosa de rendir homenaje a Francisco. Los habitantes de Esquilino, barrio que alberga la basílica, se sienten especialmente orgullosos de tener un vecino tan ilustre, convirtiendo la zona en un destino imperdible para todos, creyentes y no creyentes. María, una visitante de Agrigento, describe la tumba del Papa como “tan sencilla como él era sencillo”, subrayando la humildad que caracterizó la vida de Francisco.
Las emociones de las personas
Por la tarde continúa un flujo ininterrumpido de visitantes, entre ellos un centenar de cardenales que se reúnen para rendir homenaje y recitar las Vísperas. Las palabras de uno de ellos, el cardenal irlandés Sean Baptist Brady, resuenan en el corazón de los presentes: “Rezo para que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos envíe un Papa tan bueno como él”. Los testimonios de los fieles se entrelazan en un mosaico de emociones. Florentina, originaria de Benín pero residente en Grenoble, expresa su emoción, mientras Roberto, ateo romano, recuerda una frase de Francisco que le impactó profundamente. Sinika, que llegó de Finlandia, llevaba una camiseta con un retrato de Bergoglio y decía que era “el mejor Papa que los pobres podían tener”.
Una'eredità duratura
La figura de Francisco sigue viva no sólo en la basílica, sino también en el corazón de la ciudad. Su retrato se exhibe en un escaparate entre un supermercado y unos grandes almacenes, mientras que una pancarta con la leyenda “Gracias Francesco” cuelga de un edificio cercano. Las celebraciones dentro de la basílica están cuidadas hasta el más mínimo detalle, con misas solemnes y cantos que acompañan a los visitantes. Las filas para acceder al sepulcro pueden durar hasta dos horas, y la basílica está tan llena que hay que avisar a los presentes para que dejen espacio para las celebraciones. El alcalde de Roma, Roberto Gualtieri, anuncia que se está trabajando para gestionar la importante afluencia de visitantes que se espera en los próximos días y meses.
Un símbolo de amor y gratitud.
La tumba de “Francisco”, la única inscripción que el Papa quiso tener en su lápida, está adornada con una rosa blanca, símbolo de amor y gratitud. Muchos visitantes entran a la basílica con la misma flor en la mano, un gesto que recuerda la profunda conexión entre Francisco y sus fieles. Este homenaje floral representa no sólo un recuerdo, sino también un agradecimiento por el legado espiritual dejado por el Papa, que siempre puso a los más necesitados y vulnerables en el centro de su misión.