Roma, 7 de octubre (Saludo Adnkronos) – Antes, los niños disléxicos eran etiquetados como "desmotivados" o "perezosos", pero hoy, gracias a herramientas de diagnóstico más precisas y a la legislación vigente, tienen derecho a ser identificados y apoyados. Ayer comenzó la Semana de la Dislexia, un evento promovido por la Asociación Italiana de Dislexia para concienciar, promover la educación inclusiva y reconocer el talento de todos.
El portal de divulgación científica "Doctor, ¿es cierto que…?", editado por Fnomceo, la Federación Italiana de Asociaciones Médicas, señala que ahora existen regulaciones para niños con dislexia que les garantizan un camino educativo igual al de sus compañeros. "La dislexia es una discapacidad específica del aprendizaje de origen neurobiológico que afecta la lectura. No es una enfermedad ni un déficit de inteligencia, sino una diferencia en la función cerebral que dificulta la lectura con fluidez y precisión", señalan los expertos. "Es incorrecto afirmar que hay más casos de dislexia hoy que en el pasado. Ya en la década de 1950, estudios de Rutter y Yule habían encontrado una prevalencia estable de alrededor del 5-8% de la población escolar. Lo que ha cambiado es la capacidad de reconocer la dislexia".
Desde 2010, Italia cuenta con un marco regulatorio claro que reconoce las Discapacidades Específicas del Aprendizaje (DEA) y protege a los estudiantes que las padecen. La Ley 170 de 2010 representa un punto de inflexión: establece que los niños y adolescentes con dislexia, disortografía, disgrafía y discalculia tienen derecho a una enseñanza personalizada, herramientas apropiadas y métodos de evaluación que tengan en cuenta sus características. La ley se complementa con el Decreto Ministerial 5669 de 2011 y las Directrices del entonces Ministerio de Educación, Universidades e Investigación (actual Ministerio de Educación y Mérito), que definen su aplicación práctica: cómo elaborar un plan de aprendizaje personalizado (PdP), qué herramientas deben garantizarse y cómo debe establecerse la colaboración entre la escuela y la familia. «Es un conjunto de normas que ha transformado la escuela: ya no es un lugar donde quienes fracasan se quedan atrás, sino un espacio donde cada estudiante debe tener la oportunidad de expresar sus capacidades al máximo», enfatizan los expertos.
La certificación DSA es el documento oficial emitido por el Servicio Nacional de Salud o centros acreditados. Es esencial porque exige que el centro educativo implemente las medidas exigidas por la ley, empezando por el Plan de Aprendizaje Personalizado. La certificación no es una simple "etiqueta", ni debería serlo. Al contrario, según señalan los expertos, es una garantía de protección: permite hacer valer los derechos del estudiante. Sin embargo, la ley permite al centro educativo elaborar un Plan de Aprendizaje incluso antes de la certificación, si surgen dificultades evidentes. Esto significa que el derecho del niño a no retrasarse no puede suspenderse mientras se esperan los documentos formales.
¿Qué ocurre si no se respetan los derechos? «Cuando el PDP no se redacta, queda incompleto o no se aplica, el estudiante corre el riesgo de experimentar la escuela como un lugar de exclusión. Pueden surgir ansiedad, pérdida de autoestima y rechazo escolar», advierten. «En estos casos, las familias tienen derecho a solicitar aclaraciones, presentar informes y, si es necesario, interponer recursos ante las autoridades competentes. Estudios internacionales recientes destacan cómo los niños con dislexia y sus padres experimentan no solo dificultades de aprendizaje, sino también importantes cargas emocionales y psicológicas. Los padres, en particular, reportan mayores niveles de estrés y, a menudo, una calidad de vida reducida, especialmente en el momento del diagnóstico y durante el apoyo diario. No siempre tienen acceso a herramientas metodológicas, educativas o recursos psicológicos adecuados».
Por esta razón, es fundamental que las familias también reciban el apoyo de profesionales especializados capaces de ofrecer apoyo específico. De esta manera, los padres pueden replantear sus roles, construyendo un modelo de relación más pacífico y productivo, en el que el crecimiento del niño se comparte y se apoya en una red de alianzas. Una identidad sólida nace precisamente de esta coherencia entre lo que el niño experimenta en casa y lo que experimenta fuera: una combinación de reconocimiento y escucha que les permite valorar sus propias características en un diálogo con los demás que ya no es una competencia, sino un intercambio activo de perspectivas y perspectivas, concluyen los expertos.